Blogia
RED DEL COLEGIO

Lecturas laterales

Amor y QuĂ­mica cerebral

  Gilda Flores
Facultad de Estudios Superiores, Cuautitlán, Universidad Nacional Autónoma de México


El gran mito del amor, como un sentimiento indescriptible, inició con los trovadores del siglo XII y su amor cortesano: este tipo de amor se refería a un sentimiento elevado que unía a las personas más allá de la necesidad de procrear. En menos de dos siglos la idea del amor cortesano influyó en toda la lírica de occidente; de hecho, en la actualidad tenemos mucha afinidad con esta concepción del amor.

En la historia de la humanidad ha sido difícil el amor, un sentimiento paradójico por excelencia, que a la vez es éxtasis y tormento. Los filósofos y los poetas no han dejado de generar escritos tratando de acotarlo en palabras. Pero es imposible: ¿cómo explicar un profundo torrente de sentimientos que es además un fenómeno mundial?

Investigaciones científicas recientes sobre el tema nos obligan a darle una dimensión bioquímica. Desde hace diez años, los científicos se han dedicado a investigarlo y han descubierto que tiene una importante base biológica, por lo que su estudio ha dejado de pertenecer a la antropología y a la psicología. Existe una tendencia genética hacia el amor: estamos programados por nuestros genes para amar; y para despertar en los humanos esa compulsión, los genes utilizan la química cerebral.

Se descubrió que el amor es una emoción muy compleja en la que intervienen numerosos tipos de moléculas necesarias para producir los característicos arrebatos sentimentales. Así como nuestros sentidos son la puerta de entrada de todo lo que ocurre fuera de nosotros, en el amor no hay excepción, se cuela por los sentidos y, una vez adentro, comienza una guerra química, hormonal y eléctrica que produce toda una alquimia corporal.

Encontrar a la persona que nos atraiga es el primer paso para la amistad y el amor, y es también una responsabilidad que suele atribuirse al sentido de la vista, mientras la ciencia dice que en realidad entra por las fosas nasales. Esta afirmación se debe al descubrimiento de sustancias que atraen o repelen a ciertos animales. Dichas sustancias, llamadas feromonas, son volátiles y viajan en el aire sin destruirse. Constantemente los receptores olfativos del ser humano reciben diferentes feromonas sin que hagan mella, hasta que el aroma de la persona adecuada comienza a inquietarnos en un proceso que no registramos racionalmente. La inquietud nasal causada por la feromona nos obliga a buscar el origen de la perturbación. Así los ojos chocan con la persona indicada y se produce el contacto visual, lo que ocasiona una descarga eléctrica que pone al cerebro en una situación de alerta máxima.

Si lo que sentimos se manejara como la "fórmula de cupido", lo anterior se llamaría primera impresión y puede en algunos casos ser reprimida; mientras que en otros, cuando el cerebro se da cuenta de que ha encontrado a la persona indicada, secreta una serie de sustancias químicas. Entre todas destaca una queactúa como directora: la feniletilamina (FEA). El proceso químico puede dividirse en dos fases neuroquímicas sucesivas: atracción y afecto, o enamoramiento. En la primera, la FEA orquesta la secreción de sustancias como la dopamina o la norepinefrina, dos anfetaminas cerebrales que producen un desasosiego. Para evitar este último efecto de vacío, existe la posibilidad de que el amor ponga en marcha una segunda fase neuroquímica. En ella primeramente se producen endorfinas y encefalinas (opiáceos cerebrales), que confieren por un lado el afecto entre dos personas y a las parejas estables gran seguridad, paz y calma, y finalmente un péptido llamado del abrazo, el cual provoca una necesidad de acercamiento físico. Los afectados no lo saben, pero un día cuando se les acaba la ración de droga cerebral, por la separación o por la muerte de uno de los amigos o amantes, llegan las depresiones, las angustias e incluso la paranoia ocasionando un caos biológico que produce un estado de enfermedad.

Existe un cuarto paso, que sería una fase neuroendócrina conocida para los amantes como la pasión. Esta última puede llevar su tiempo en desatarse, dependiendo de la biología individual y del tipo de educación que se tenga. En esta fase se tienen cambios en la producción de melatonina que participa en la regulación de nuestras etapas de vigilia y sueño y la disminución de serotonina, la cual está ligada con la depresión y el aumento en la producción de la hormona testosterona, que provoca el impulso sexual.

Por lo que se ve, para que una persona nos atraiga de tan irresistible manera, se conjugan una serie de factores que tienen que ver con la evolución, la genética, la bioquímica y la neurobiología; todo esto crea en nuestro cerebro un mapa del amor, un molde mental hecho con recuerdos que determina lo que nos excitará y nos llevará a querer o a enamorarnos de alguien especial, que se solidifica en la adolescencia.

Por último, podemos decir que al contrario de lo que comúnmente se piensa, el amor no es eterno. El cuerpo lo sabe, considerando que el arsenal pirotécnico del amor con el que estamos dotados se agota con el tiempo: se ha calculado que entre las dos fases neuroquímicas y la fase neuroendócrina pueden transcurrir en promedio de cuatro a siete años. Se ha encontrado en algunos animales un péptido conocido como la señal de la fidelidad, que les permite vivir toda su vida en pareja, como los cisnes de cuello negro. De cualquier manera, lo anterior, una vez que se rompe el encanto y ante el hecho fisiológico de que el amor se puede acabar, no implica que se deba "morir de amor" y aun con el caos que esto puede ocasionar, la melancolía no ahoga por completo. En los humanos se sabe que lo único que permite a una relación amorosa continuar, cuando ésta ya no es impulsada por la fuerza que provocan las alteraciones neuroquímicas, es convertir a éstas en un reto del intelecto y la voluntad.